Política
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¿Contra qué estalló la pelota de tenis?

Las incógnitas políticas en la provincia. (Dibujo: NOVA)

La pelota de tenis de mesa hizo unos metros e impactó contra el vitraux. Todos pensaban que lo había rajado, pero no. Luego de unas volteretas sobre el mosaico veneciano, rodó hasta quedar al lado de un whisky escocés.

El otoño cerca de esa zona de Boulevard tiñe las hojas como las describe Sábato en sus obras maestras: crujientes, doradas, con una levedad tal que el viento las mueve de una vereda a otra.

Dentro del salón, el proyector con HDMI mostraba imágenes del último verano en Brasil y Machu Picchu, donde prominentes miembros del poder veraneaban. Rodrigo (el anti-Spahn), Pedrito (complejo 4 vías), y Carlitos (Las delicias), dueños de los principales multimedios afines al poder, hacían que la lente convexa del “Epson” se doblase al extremo, al intentar transformar en píxeles los adiposos pliegues de sus vientres, alimentados por la pauta oficial.

Guantes crema, auto gris, piel blanca

En esa mesa, se definían las pautas publicitarias de la Cámara de Diputados. Rodrigo era el cajero y quien manejaba las cuentas. La mano derecha de Marcela Aeberhardt. Imponente como un Adonis, su talla helenística se contraponía con su austeridad salesiana. Educado en los colegios más religiosos de Santa Fe, la cruz, la biblia, el rugby y las actividades caritativas signaban su comportamiento.

Como una columna dórica

Dueño de largos silencios, cortos gestos, y dotado de una singular eficacia, era el mastín preferido de Marcela. Podía hablar en tres idiomas con cinco gerentes de bancos a la vez. Su labor era meticulosa, prolija como la de un escriba. Revisaba que su jefa no olvidase la cartera, eliminaba la información comprometedora de la papelera de reciclaje, pagaba las boletas de luz y, se dice, hasta aprendió a hacer sushi con surubí y patí.

Ausencias genealógicas

Lo que más asombraba de Rodrigo Bardina era la ausencia visual de sus antecesores. Nacer en un barrio donde el metro cuadrado vale igual que en Londres no es para todos. Usar zapatos de 2000 dólares y perfumes traídos de Francia no era para todos. Pero para él, Rodri, era normal. Poseía la velocidad y precisión de un cajero del Banco Nación en días de cobro de pensiones no contributivas. Se dice que un amigo intentó anotarlo en la guía Guinness cuando constató que contó, envolvió y separó fajos de billetes de 100 dólares, hasta llegar a la suma de 5000 dólares, en siete segundos.

Preocupación mayúscula

Por eso, cuando a Marcela Aeberhardt le robaron la notebook de la Cámara de Diputados y le entraron por la ventana de su oficina en calle 4 de Enero, a Rodrigo le corrieron escalofríos por la columna vertebral. Él tenía la tarjeta de acceso a las puertas. No otro. Nadie entra a robar algo de tales lugares, sino es para obtener información. Pero para ese entonces, Marcela ya se había ganado poderosos enemigos que le habían permitido llegar hasta esos lugares.

Nada nuevo bajo el sol

Pero, como en política nada asombra, todo siguió su curso. Hacia febrero de 2021, el diario UNO de Santa Fe hizo foco en una nota que consiguió miles de clics. Mario Bardina hizo una recorrida por el edificio SOL III con okupas de calle 9 de Julio y San Luis, e hizo anuncios de comenzar la reconstrucción. Pero los cronistas se sorprendieron al encontrar una verdadera saga policial con amenazas, apellidos importantes, crímenes y condenas que involucraban a Bardina.

Se habla de malas energías en torno a ese edificio. Si se buscan datos en Google, grandes interrogantes asaltarán al lector. ¿Quiénes son los herederos de ese imperio que vale millones en semejante esquina? ¿Por qué sigue deshabitado?

Con Windows 11

Cada tanto, Rodrigo Bardina limpia el historial de su notebook y activa el VPN. Sigue llevando las cuentas de su jefa, pero ahora en un lujoso despacho del IAPOS, activando trámites con prestadores y colegios de profesionales.

De aquí a 10 años atrás, ya no hay pelotas de tenis de mesa en los despachos. Por los ventanales de IAPOS solo se ven “cometas” en el cielo nuboso.

Suena el teléfono. Es su jefa, Marcela. Le comunica, como hace 15 años, que al otro día deben estar al sur de Rosario. Solo que ahora no la esperará más su ex jefe, sino el señor gobernador, Maximiliano Pullaro.

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